Por: Shaman

El pasado no es tiempo que pasó, es tiempo de encuentros. El presente está, el futuro vendrá y el olvido, sin tiempo, es la verdadera muerte.

Mi pasado siempre me alcanza como un chiquillo, quien al andar a mi lado se atrasa; de cuando en cuando necesita acelerar sus pasitos para, otra vez, acercarse a mí, y así evitar que uno de los dos se extravié por el camino.

Me ofrece su mano y me habla, me cuenta y me pregunta: y si esto, o si aquello, y si hubiera… Poco a poco va exprimiendo el alma, algunas veces deshojando melancolías, otras son alegrías raras que sólo saben reír con dos o tres lágrimas.

Incomoda, hiere, alborota mi impotencia de no volver para amordazar aquellas decisiones. En ocasiones, narra sucesos viejos bajo un sol de colores frescos. Impresiona, anima y reconforta. El pasado es un niño que no envejecerá, y en nuestros mejores encuentros, esparce aromas de libros nuevos, de diario virgen, de Margaritas tiernas.

Si mi pasado caminara lerdo como los atardeceres viejos, cansado estaría de preguntar.

Por el afán de cada día el pasado se rezaga y me abandona en el presente, pero regresa con menudito trotecito y susurra: caminante, algunas veces, aunque sufras, llores o rías, vuelve la vista atrás, no vayas a perderte el caminar.

«Mientras cae la lluvia en prisión».

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