De ramas secas que anhelan viento
lata oxidada el trajín aplasta
rumor de polvo en los utensilios
desencalados muros, el mugre
opaca el brillo de los vitrales,
la callejuela: furiosa víbora.
Y el pobre hombre en la virulencia
del frío que en lágrimas se condensa
acorazado en cartones busca
acomodar su cuerpo harapiento.
La madrugada como castigo
destierra lumbres, tiende sus toldos.
A quién le importan todas sus llagas
nadie ha llorado viendo tu fardo
y que no tengas cielo no importa
sino a la esquina olor a orines.
Cuando te miran no saben ellos
toda la súplica en tus talones
encallecidos, leguas de hambre
buscando restos entre veneno.
Mienten y dicen no tener velas
en el entierro. Sí, somos todos:
mano que empuja, mazo inclemente,
sepultureros, dientes de hiena…
Te construimos en largos siglos
de bofetadas y de silencio.