Un día normal

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Un día normal

Imagen realizada por Magaly Vega.

Imagen realizada por Magaly Vega.

Por: Iván.

Me desperté esta mañana con la ansiedad de un día particular que promete ser distinto a los demás vividos acá en La Picota, cárcel de Bogotá. Fueron seis meses de días casi iguales, con ese ánimo de saber que es domingo y llega la visita con todas esas delicias que, con tanto amor, prepararon madres y esposas para traer a sus desdichados hombres. Preparar la mejor vestimenta y afeitarse es la consigna muy temprano, y luego, una ducha de agua a punto de congelar los huesos.

Listo. Lo más impecable posible, me encuentro en el patio, detrás de una línea amarilla que separa la alegría de la tristeza, viviendo ese momento irreal de ver entrar nuestras visitas. Hay hombres que nunca han pasado esa línea amarilla para recibir visita desde que están acá. Eso deprime a cualquiera.

La ansiedad me carcome a cada minuto, pues espero la llegada especial de mi princesa de 2 años, a quien no veo desde que estoy preso.

Los ojos de éstos señores se iluminan al ver a sus familiares y en mi caso no es la excepción. Con alegría y los ojos tan vidriosos a punta de lágrimas, abrazaba a mi hija.

Durante estas horas siguientes compartimos alegremente en la celda en medio de comentarios con todos, risas y juegos con la pequeña Camila. Así transcurre el día hasta que llegan las 3 de la tarde, desde la celda se escucha ese grito fatídico de la gente de disciplina, del patio: “Últimos de visita”. Con ese toque sutil invitan a salir de celdas y cambuches para despedir a los visitantes.

A lo lejos mando un último beso a mi esposa e hija, que se pierden entre la gente apresurada por la guardia. Ya se viene la contada.

Justo en ese instante vuelve a ser un día normal.